jueves, 21 de julio de 2016

Cuando los vascos inventaron el caserío





A los vascos nos llevó 1.400 años inventar el caserío. Concebir y diseñar una vivienda rural tan perfecta y eficiente es un mérito que otros pueblos vecinos nunca han logrado, ni siquiera los cantábricos que comparten nuestro mismo clima, vegetación y ganadería.
La «singularidad o genialidad vasca» estriba en haber logrado «sintetizar en un único edificio, colosal, de hasta mil metros cuadrados distribuidos en dos y tres plantas, todas las funciones esenciales: lagar, vivienda, cuadra, granero y pajar».

Alberto Santana ha recorrido más de 20.000 caseríos durante los últimos 25 años. Las investigaciones de este profesor de historia del arte e historia medieval se han plasmado en varios libros sobre el baserri vasco. En una charla impartida recientemente en Arrasate, el profesor Santana afirmaba que el caserío «es un kit perfecto, es la invención vasca». Pero es un invento reciente, al menos en la configuración arquitectónica con que ha llegado hasta nuestro días.

El caserío tal y como lo conocemos hoy «solo tiene 500 años». Con anterioridad, obviamente hubo casas de labradores, pero Santana sostiene que «si las viéramos hoy, no las denominaríamos caseríos».
Prospecciones arqueológicas como las efectuadas en Igartubeiti (Ezkioga, Gipuzkoa), o en Momoitio (Garai, Bizkaia) han revelado que aquellas primitivas viviendas eran sencillas cabañas de madera, excavadas en fondos de roca y recubiertas con techos vegetales, con pequeños mamparos de varas de castaño o avellano entretejidas al tresbolillo, recubiertas con argamasa de cal y arena, para la distribución de los distintos espacios.
Aldea o baserria 
El origen del caserío vasco hunde sus raíces en la época tardorromana. Las más recientes hipótesis apuntan a que el caserío, como unidad de vida y trabajo permanente de una familia nuclear (abuelos, padres e hijos, más solteros descolgados), surge a finales del siglo II, con la primera gran crisis del Imperio Romano.
Pero en sus formulaciones más antiguas, el caserío «nunca está solo». Forma parte de una comunidad más amplia. Es la aldea. Como antes lo habían sido los castros, en la Edad del Hierro.
Después de 5 siglos de profunda dominación romana, en que se combinan explotaciones agrícolas, con los puertos y ciudades, los labradores autóctonos «de los años oscuros de la prevasconización», se van asentando en poblados compuestos por unas pocas cabañas apiñadas a «distancias que raramente exceden los 30 metros unas de otras». Se parecen al poblado de Astérix, según Santana.
La aldea era una unidad «perfecta, cerrada, permanente. Argiñeta (Elorrio), Udala o Bedoña, eran así». La unidad «no es el caserío, es la aldea». Y es elocuente que 'baserria' signifique en puridad aldea o comunidad del bosque o monte (basoko herria), y no se denomina 'basetxea' a la casa del bosque.
Udala es un buen ejemplo de estos 'baserri' o 'basoko herriak'. Enclavada a media ladera del Udalatx, da nombre a la propia peña, mirando hacia el sur, perfectamente soleada, libre de las nieblas, del barro y de los desbordamientos fluviales que azotan al fondo del valle.
En estos lugares los hombres de la fase tardía de la romanización hallaron las condiciones ideales para llevar una vida de labradores y ganaderos libres y cuasi independientes aunque encuadrados en estructuras sociales mucho más amplias.
Conquista del paisaje
Con el paso de los siglos, esas abigarradas comunidades se irán espaciando. Según las últimas evidencias arqueológicas, el inicio de esta dispersión, que no aislamiento ni soledad, comienza hacia el año 1000. Las casas se van distanciando 200-300 metros unas de otras, con algunas escalando el tercio superior de las laderas, y otros se atreven a colonizar el fondo del valle.
Es un paso importante en la evolución y en la conquista del paisaje. Y «es muy perceptible en Debagoiena cuando se observan los caseríos salpicando las laderas. La gente quiere ir ganando en independencia, aun a costa de la seguridad» decía Santana.
Paradójicamente, los caseríos más aislados, aquellos que tanta reputación se ganaron en el imaginario folclórico vasco como los más genuinos y lo más antiguos, «son en realidad los más recientes». Son los últimos en ser habitados y los primeros en ser abandonados. Los caseríos solitarios, perdidos en el monte, con orientaciones deficientes y orografía inconveniente, nacen hace aproximadamente hace 700 años. Y sus moradores pudieron no ser voluntarios.
Santana cree que son el «resultado de la presión y de la coerción impuesta por los jauntxos, laicos y eclesiásticos, que obligaban a los segundones de los baserritarras a poblar las kortas o seles».

Las kortas o seles (saroi o sarobe en la Gipuzkoa oriental) eran unidades de medida para la distribución de los aprovechamientos de la tierra, fundamentalmente para el pastoreo de vacuno. Tenían forma circular con diámetros que oscilaban entre los 500 y los 320 metros de diámetro. Santana cree que su origen podría remontarse a la segunda Edad del Hierro, 200 años antes de Cristo.
Estas parcelas comunales se asignaban por periodos de uso de unos 10 años. Al cabo de este tiempo, se volvían a delimitar nuevas kortas y se volvía a adjudicar su explotación entre los miembros de la comunidad. Así, con el paso de los siglos, Eukal Herria, vista desde el aire, se ha antoja en paisaje repleto de lunares que se solapan y se superponen. Santana calcula que «pueden haber 40.000 kortas».
Los seles o kortas eran el reflejo de la concepción comunal vasca del terreno, unidades de uso y aprovechamiento, no de apropiación. Hasta que los jauntxos de Aramaio y Oñati, y sus acólitos, comienzan a apropiarse de estos terrenos.
Es así que los baserritarras ya no pueden mantener a su ganado en el monte, como hasta entonces, porque ahora resulta que tiene dueño. Y en consecuencia comienzan a bajar las reses a casa. Tienen que bajar la korta a casa. Es en ese momento cuando añaden a la casa un espacio nuevo: el establo o korta.
Inseguridad 
La dispersión y los caseríos aislados se encontraron a partir del siglo XIV sumidas en clima de tremenda inseguridad, de terror en muchos casos, por parte de las grandes familias feudales. La gran crisis de mediados del siglo XIV condujo a estos jauntxo guerreros a depredar sobre los campesinos. Los señores feudales reaccionaron de la única manera que sabían y podían hacerlo: con la violencia. Desangrándose entre ellos y esquilmando los pocos recursos que poseían los baserritarras, que no tenían medios para defenderse.
En consecuencia, los baserritarras de Bergara, de Mondragón, y después de toda Gipuzkoa, van a tocar a las puertas de las murallas de las villas suplicando amparo, que les protejan admitiéndolos como vecinos. No para hacerse 'kaletarras', sino que quieren que la autoridad judicial del alcalde, más la protección del rey, máxima autoridad judicial, les tutele frente a los abusos de los jauntxos y propietarios de la tierra, los señores feudales. Y están dispuestos a pagar por ello.
Así, los baserritarras renuncian a un milenio de independencia y de autonomía colectiva. Entran en la ciudad como 'caseros', como vecinos de segunda.
Nace el caserío moderno 
Uno de los factores que propició el surgimiento del caserío moderno hace 500 años fue justamente el apaciguamiento de las guerras de banderizos. Los Reyes Católicos canalizaron la agresividad de los guerreros feudales en la lucha contra los musulmanes. Los labradores no sólo se liberan del yugo de los jauntxos. Instauran además una ley vasca que rompe con el reparto al estilo castellano de la herencia en múltiples legítimas. Esta fórmula iba desmembrando la tierra, reduciendo los caseríos de la baja Edad Media a minifundios económicamente inviables.
En adelante, un hijo heredará el solar indiviso, asumiendo el nombre de la casa y la responsabilidad de dar continuidad al solar y la memoria de la familia. Algo que hasta entonces sólo hacían los jauntxos y señores en sus torres. Los labradores vascos comienzan a hacer lo mismo. Y lo hacen erigiendo una casa en correspondencia con esa honra y acorde en dimensiones y presencia pública al honor y a la responsabilidad asumida.
Se produce una gran eclosión de caseríos. «Pasamos de cero caseríos -antes sólo había cabañas- a finales del siglo XV a cientos de caseríos en una renovación integral del parque edificado de las casas rurales vascas en apenas dos generaciones, en la primera mitad del siglo XVI».
Se inventa el caserío y se inventa en todo su esplendor. Con un montón de variedades, recursos, posibilidades. se inventa perfecto. A partir de ahí se va desgranando en fórmulas más baratas, imitaciones, copias.
Pero el caserío, tan vasco y tan autóctono, se construye con tecnología importada y mano de obra profesional. «Nos inventamos el caserío incorporando los últimos avances tecnológicos de la carpintería estructural gótica europea del momento». Es la tecnología de armar en roble de los maestro suabos del sur de Alemania. De ahí vienen nuestros caseríos. Grandes puzzles de ensamblaje de madera. Una tecnología que los vascos usamos de manera magistral para construir el esqueleto del caserío como una jaula autoportante. «Si prescindiéramos de los muros, el edificio se mantendría perfectamente en pie».
La tecnología de los muros proviene de las catedrales góticas del sur de Francia. Se copia literalmente. «Aún sorprende en muchos caseríos de 500 años lo desmesurado y la gran calidad de muros de 80-100 centímetros para simples cuadras y pajares construidos con sillarejos bien labrados y regularizados».
Quienes construyeron estos magníficos caseríos fueron los jefes de obra vascos que trabajaron y aprendieron con los grandes arquitectos alemanes y franceses que levantaron las grandes catedrales góticas de Castilla y Andalucía. Profesionales bien formados y documentados que dejaron unos planos tan viables, con escalas gráficas y proporcionales, con despieces de la carpintería y de la cantería, que «si se los entregáramos a un técnico actual nos edificaría sin problemas un caserío exactamente igual».
Años. En la actualidad no existe ningún caserío de más de 500-520 años. Hasta entonces sólo hubo cabañas. La paz social, la instauración del mayorazgo y la tecnología de carpintería y cantería importada de Europa propiciaron el florecimiento del caserío m

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