viernes, 18 de marzo de 2016

Louise Bourgeois en el Guggenheim Bilbao: donde habitan la memoria y el olvido







Aunque no le interesaba la nostalgia, porque no era productiva, fue prisionera de sus recuerdos. «Tienes que contar tu historia y tienes que olvidarla. Olvidas y perdonas. Eso te libera», decía. Pero ella nunca lo consiguió. Louise Bourgeois (1911-2010) narró su historia, plagada deculpas, miedos, traumas y fantasmas, a través de su trabajo durante su longeva carrera. Murió a los 98 años. Entre 1986 y 2008 creó 62 Celdas, sus obras más innovadoras y revolucionarias. Le gustaban los lugares claustrofóbicos porque te permiten conocer tus límites. Estos espacios arquitectónicos singulares, a caballo entre los relicarios medievales, los gabinetes de curiosidades del XIX, la instalación, la escultura y la escenografía teatral, contienen una gran carga psicológica y emocional: encerró en ellos sus sentimientos, sus vivencias y recuerdos más íntimos. Y no tiró la llave para que nadie pudiera entrar. Todo lo contrario: nos invita a que husmeemos en su interior, convirtiéndonos en voyeurs. 
Padecía un Síndrome de Diógenes artístico agudo: no tiraba nada, guardaba todo tipo de cachivaches (puertas de madera desvencijadas, mallas metálicas, ventanas rotas, espejos, vestidos, una pierna ortopédica de su vecina, frascos de perfume Shalimar, una trituradora de carne, hilos y agujas), metáforas de los estados emocionales de una mujer atormentada, con los que reconstruye su memoria. Pequeña de estatura, pero con un carácter de armas tomar, era una gran narradora. No le gustaba la gente feliz, porque era aburrida y no tenía historias que contar. 
El Museo Guggenheim de Bilbao, en colaboración con el Haus der Kunst de Múnich, ha reunido la mitad de sus Celdas en la exposición «Estructuras de la existencia», la más completa hasta la fecha centrada en las jaulas autobiográficas de la mujer araña, que se miden con el acero retorcido de Richard Serra, uno de sus escultores favoritos, y el titanio aún más retorcido de Frank Gehry. Patrocinada por la Fundación BBVA, esta exposición nos invita a recorrer las Celdas de Bourgeois, que es como entrar en su compleja mente. Para ella representan diferentes tipos de dolor: el físico, el emocional, el psicológico, el mental e intelectual... «Cada Celda trata del miedo. El miedo es dolor»
Ansiedad y psicoanálisis
Con sus Celdas la artista quiso exorcizar sus demonios. Que no eran pocos. Como la muerte de su madre, a quien asocia con la araña, protectora y tejedora. Comenzó a hacer sus celebérrimas y cotizadísimas esculturas arácnidas en 1994. Sus padres tenían un negocio familiar de restauración de tapices en Choisy-le-Roi, cerca de París, donde la artista pasó su infancia. La madre los restauraba y el padre los vendía en una galería del bulevar Saint-Germain de la capital gala. «¿Por qué nos había abandonado? ¿Por qué sufro tanto esta pérdida? ¿Por qué me afecta tanto su desaparición? ¿Me siento culpable?», se preguntaba tras perder a su madre. Ésta le hizo ocultar su enfermedad a su padre, quien le había sido infiel con su niñera británica, Sadie Gordon Richmond, otro episodio traumático para ella. Las muertes de su padre, primero, y de su marido (un historiador del arte norteamericano con quien se fue a vivir a Nueva York), después, hicieron crecer en ella un miedo atroz al abandono. Llegaron la ansiedad, la depresión, el dolor, la angustia y las sesiones de psicoanálisis (como buena neoyorquina) con el Dr. Lowenfeld desde 1952 hasta 1967. 
Había abandonado Louise Bourgeois sus estudios de Filosofía y Matemáticas en La Sorbona para dedicarse al arte, que fue el que la salvó. Alumna de Fernand Léger, amiga de Duchamp, Miró y Breton, el reconocimiento internacional le llegó a los 71 años, edad a la que el común de los mortales están jubilados o incluso muertos. En 1982 el MoMA le dedicó la primera monográfica a una mujer artista. En 2000 inauguró la Sala de Turbinas de la Tate Modern con una gigantesca araña y tres imponentes estructuras arquitectónicas. Estas han sido adquiridas por un hombre de negocios y coleccionista irlandés, Patrick McKillen, para su Châteaux La Coste, en la Provenza francesa. Ha encargado a Jean Nouvel un edificio que las acoja. 

Arte y cordura

El estudio que Louise Bourgeois alquiló en 1980 en Brooklyn (una antigua fábrica de pantalones vaqueros) le permitió aumentar cada vez más la escala de sus creaciones. Tuvo que abandonarlo en 2005. Pero se quedó con el depósito de agua de la azotea, con el que creó «Líquidos preciosos», una de las Celdas más espectaculares de la exposición, que se presentó en la Documenta 9 de Kassel. En ella puede leerse: «El arte es garantía de cordura». Lema que se repite, bordado en hilo rojo en un saco postal, en otra Celda. Pero borda más aforismos: «Necesito mis recuerdos. Son mis documentos». 
En 1986 Bourgeois creó «Guarida articulada», que anticipa sus Celdas, al igual que otras obras como «Mujer- casa», «No hay salida»... No surgieron como tales hasta 1991, cuando se expusieron con este nombre (de la I a la VI) en el Carnegie International de Pittsburg. No habían vuelto a reunirse hasta ahora. La última, de 2008, incluye en su interior la escalera de caracol de su estudio, rodeada de esferas azules. En las paredes de la sala cuelgan obras sobre papel, las últimas que hizo tan sólo unas semanas antes de morir: «I Give Everything Away» (Todo lo regalo). Bien podría ser su epitafio.
Sus Celdas -«suponen la culminación de su carrera artística», según Julienne Lorz, comisaria de la muestra junto a Petra Joos- repiten siempre la misma iconografía: arañas, conejos, hilos, tapices, espejos -le gustaban porque la realidad cambia con cada ángulo-, una guillotina, una silla eléctrica, cuerpos arqueados por la histeria... y hasta un banquete caníbal que haría las delicias de Hannibal Lecter: la madre y los hijos devorando al padre. Así es el mundo de Louise Bourgeois: oscuro, secreto, tormentoso... Tan inquietante como fascinante.

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