viernes, 26 de diciembre de 2014

Lyon quiere su ‘efecto Bilbao’ con el Museo de Confluences





EN 1999, Lyon estableció conversaciones con el entonces director de la Fundación Solomon R. Guggenheim, Thomas Krens, para abrir un nuevo Guggenheim. La ciudad francesa quería su efecto Bilbao. El poder de atracción turística que el museo había demostrado poseer en la capital vizcaina hizo que el alcalde de Lyon, el antiguo primer ministro Raymond Barre, estuviera dispuesto a desembolsar 2.000 millones de francos (unos 50.000 millones de pesetas) para levantar un gran edificio que acogiese una colección propia y los fondos de la red Guggenheim. La ciudad gala ya contaba con un excelente museo de arte contemporáneo y con la Halle Tony Garnier, un gran espacio artístico, pero aspiraba a lograr un impacto urbanístico y económico similar al obtenido en Bilbao con el Guggenheim. Las negociaciones no llegaron a buen término y Lyon no superó el complejo que le causó la inauguración del Guggenheim Bilbao. El fantasma del Guggenheim le ha perseguido durante todos estos años. 
Aparcada la posibilidad de contar con un nuevo Guggenheim, Lyon ha buscado su proyecto cultural estrella. El reto consistía en transformar un territorio que durante mucho tiempo ha sido dedicado al uso industrial en uno de los nuevos centros neurálgicos de la comunidad urbana lionesa o Grand Lyon. Así surgió el Museo de Confluences, que acaba de abrir sus puertas, tras más de diez años de retraso y un coste cuatro veces mayor que el presupuesto inicial. 
Ubicado en una península donde se produce el encuentro de los ríos Ródano y Saona, ha hecho falta una inversión de 17 millones de euros anuales durante quince años para abrir las puertas de este edificio, que ha sido concebido por el gabinete austríaco Coop Himmelb(l), que dirige el arquitecto Wolf Dieter Prix, uno de los estandartes de la escuela deconstructivista de la que Gehry es un destacado representante. El imponente edificio, bautizado como La nube, porque recuerda a una nave espacial de La guerra de las galaxias
“Teníamos la posibilidad de elegir una arquitectura más clásica, pero nos dejamos llevar por el fantasma de Bilbao”, confesó el vicepresidente del Consejo General del Departamento del Ródano, Jean-Jacques Pignard. Pero los responsables del museo son conscientes de lo que supone marcarse como listón el éxito obtenido por el Guggenheim bilbaino, por ello, la directora del Museo de Confluences, Hélène Lafont-Couturier, rebaja las expectativas y asegura que aspiran a atraer a medio millón de visitantes al año. Desde que abrió sus puertas, por el Guggenheim Bilbao han pasado más de 17 millones de visitantes, lo que supone una media de un millón de personas al año. 
“Nuestro objetivo es, al menos, estar a la altura del Louvre de Lens y el Pompidou de Metz”, señaló la directora del Museo de Confluences en referencia a otros dos centros de arquitectura rompedora que se han abierto recientemente en Francia.
La originalidad del concepto del Museo de Lyon reside en la confluencia de disciplinas, épocas y civilizaciones con un hilo conductor: la aventura humana. En sus 23.000 metros cuadrados de superficie conviven cuatro exposiciones permanentes denominadas OrígenesSociedadesEspecies y Eternidades en las que se exponen meteoritos, minerales, animales embalsamados, máscaras rituales, dinosaurios, IPhones, sarcófagos egipcios... El museo posee una colección de más de dos millones de piezas, aunque solo se exponen al público 4.000. 
EL MILAGRO GUGGENHEIM Desde que abrió el museo bilbaino, urbes de todo el mundo se han lanzado a la construcción de edificios de autor buscando el tan ansiado efecto Guggenheim. En el Estado, en la última década se ha entablado una guerra feroz por contratar a un arquitecto estrella que emule el milagro de Gehry en Bilbao. Así, Valencia optó por Calatrava; Santiago de Compostela, por Eisenman; Zaragoza, por Zaha Hadid; Avilés, por Niemeyer... Pero, la crisis ha tocado de lleno a estas grandes infraestructuras culturales convirtiendo estos proyectos estrellas en estrellados.
Otras ciudades han intentado contar directamente con un museo de la marca Gugenheim. Tal y como confesó a este periódico el director de la Fundación Solomon R. Guggenheim de Nueva York, Richard Armstrong, “cada día nos llama alguien para preguntarnos por el efecto Bilbao. Y en los últimos años, 25 ciudades me han pedido seriamente un Guggenheim como el de la capital vizcaina. La mayoría son urbes que quieren o necesitan una regeneración, pero no todas pueden tener un Guggenheim. Además, no interesa tener cientos de museos Guggenheim en todo el mundo. Preferimos tener menos, pero potentes”. 
De momento, la única candidatura seria es la presentada por Helsinki. En la actualidad, el proyecto finés se encuentra en fase de concurso arquitectónico y próximamente serán las autoridades finlandesas las que tendrán que decidir si quieren seguir adelante o no con el proyecto.

lunes, 22 de diciembre de 2014

LA RESTAURACION EN GETXO, EL JOLASTOKI -II-




Siguiendo con la historia de uno de los centros gastronómicos por excelencia de Getxo, a continuación veremos la evolución del merendero de Neguri, que de las manos de las hermanas Olaizola y de su hijo y sobrino Sabino, lo convirtieron en uno de los restaurantes emblemáticos de Bizkaia. 
 
El momento álgido fue en 1969. Los cónyuges tenían ya perfilada la idea de los que iba a ser “Jolastoki”. Sabino era un buen dibujante. Esbozó los diseños del nuevo local e ideó su decoración. Deciden cerrar, lo que era una terraza, que era la fachada que da a la calle del antiguo restaurante, sobre la que colgaba el cartel “Jolastoki Jatetxe”. En ella instalaron unos bancos, copia de los existentes en la población lapurtarra de Ainhoa. Fue la época de sus platos estrella (lubina a la pimienta verde, los pasteles de kabrarroka, el pastel de esparragos, txipirones encebollados y la caza). Sus platos preferidos eran los de caza, Jabalí y venado asados. 

 
El local les quedó pequeño y la exigencia de los comensales era cada vez mayor. Así que en 1984 se trasladarían a su actual ubicación, un edificio-chalet de estilo vasco, que había sido propiedad de la familia Zubiaga, en el que realizarán una amplia reforma. Y al que dieron una maravillosa decoración, nacida de, además de los conocimientos que sobre arquitectura había adquirido Sabino en Bilbao, sus constantes viajes a Francia e Inglaterra, de donde importaron ideas y detalles; en palabras de Begoña “...teníamos poquito dinero pero muchas ganas, así que realizamos aquella decoración entre nosotros...,....siempre hemos aprendido mucho de las personas que saben, al buen profesional hay que sacarle astillas, de el aprendes mucho...,...los restaurantes franceses me volvían loca, eran tan Gozos, de tanto sabor...”; pero también en Neguri aprendía “...cuando iba a las casas de aquí, a las que me mandaba mi suegra para preparar banquetes o despedidas, venía con fiebre, !tal era el ansia por aprovechar aquellas ideas de decoración que veía en ellas!...”. En 1996 Begoña Beaskoetxea recibiría el reconocimiento, dentro de los Premios Nacionales de Gastronomía, como mejor Directora de Sala.


Con el fallecimiento de Sabino Arana Olaizola (1997), llegamos a la tercera generación de los Arana en los fogones del Jolastoki, esta vez con la presencia de su hijo Sabino Arana Beskoetxea “Sabin”. Para entonces ya llevaba 11 años en el restaurante. Antes pasó por las cocinas de “El Racó de Can Fabes” de Sant Celoni (Barcelona), en el “Restaurante las rejas” en las Pedroñeras (Cuenca). Enriquece sus conocimientos de cocina realizando practicas culinarias por diversos países (Amsterdam, Boisse, Milán, Nápoles, Miami, Nueva York,…). 
 
Sabin es miembro fundador de la Asociación de Cocineros Bizkainos “Geugaz Jan”, que nació con la pretensión de promocionar y defender la gastronomía de Bizkaia. En 1998 sus hijos Itxaso y Sabin fueron elegidos Jóvenes Valores de la Cocina del País. 

 
A lo largo de la vida del “Jolastoki”, en los dos espacios que el mismo ha ocupado, raro sería que sus moradores no tuvieran su rinconcito preferido, y así es, en el antiguo restaurante, para Begoña: “...en aquel lugar, teníamos un pequeño rincón, era de piedra con una chimenea, más bien un simulacro de chimenea, ya que no se podía encender, el sitio era una monada...,...en el actual, a mi lo que más me gusta es la terraza, el comedor del jardín, tiene un encanto especial...,...pero arriba del edificio, donde hemos realizado la última obra, tengo un lugar donde suelo subir a hacer vainica, o a leer el periódico, es mi lugar de relax...,...aunque el lugar con mayor personalidad de la casa sea el salón, es coqueto y acogedor...”; y no puedo estar más de acuerdo con su dueña, es un lugar confortable, rodeado de recuerdos, presidido por un retrato de los dos Sabinos (Padre e hijo).




En uno de sus laterales, sobre una amplia chimenea de fuego bajo, bellamente adornada con motivos navideños, están los escudos familiares de los Arana-Beaskoetxea. Frente a ellos, a la derecha de dos preciosos relojes de carillón, sobre una repisa, como escondido, descansa el trofeo conseguido Itxaso Arana en 1997 “La Nariz de Oro”. 
 
Actualmente no faltan en la cocina del “Jolastoki” los productos que a lo largo de los años le confirieron personalidad, con los que escribieron las paginas que le dieron renombre: desde la deliciosas croquetas de pimientos verdes al ragú de vieiras; o esas exquisitas almejas con arroz de verduras y sus inigualables txipirones a la plancha con cebolla confitada, qué decir de sus caracoles a la bizkaina y sus asados de becadas, palomas torcaces que suelen salir asilvestrada y sangrante, y sus deliciosas tórtolas, obras de auténticos alquimistas de la cocina. 

  
Detentadores de muchos merecidos premios y reconocimientos, uno de ellos fruto de las innumerables visitas, acompañando a su padre Sabino Arana por bodegas de todos los países, lo disfruta orgullosa Itxaso Arana, reconocida como la “Primera Mujer Sumiller de Euskadi”, recibiendo en 1997 el primer premio en el campeonato de Sumillers de Bizkaia. Pero sobre todo el de “Nariz de Oro” en el 2003, fecha en la que resultaría vencedora, en una final celebrada en Madrid, convirtiéndose en la segunda mujer que lograba alcanzar ese galardón. 




Ya han pasado 93 años desde que el viejo merendero abriera sus puertas de la mano de Bixenta Olaizola y sus hermanas, que más tarde continuaría su hijo Sabino Arana con su esposa Begoña Beaskoetxea, quienes supieron transmitir ese bello lenguaje de la gastronomía a sus hijos Itxaso y Sabin, quienes junto a Arantza, la mujer de éste último, han trasladando con su buen hacer una amplia oferta, que va desde los menús del día hasta una sugerente carta, en la que no podía faltar el plato que en su día bordaran su amona y hermanas: “La Caza”.

LA RESTAURACION EN GETXO, EL JOLASTOKI -I-




Al hablar de la restauración en Getxo es obligado hacerlo del Restaurante Jolastoki, un buen centro del buen yantar. Abrió sus puertas en 1921. Lo hizo de las manos de unas, aún incipientes, aunque no inexpertas cocineras gipuzkoanas, las hermanas Olaizola. Le seguirían en la profesión, años más tarde, su hijo y nietos, pero vayamos por orden. 
 
Las hermanas Olaizola, formaron parte de una larga prole. Fueron en total 11 hermanos, hijas de un trabajador de Iberduero José Francisco Olaizola Beldarrain y de Josefa Manuela Uranga Arteche. José tenía gran movilidad debido a su trabajo, por lo que no es de extrañar, que alguno de sus retoños, nacieran en Zestoa, Lasare-Oria, incluso en Zumaia.

VAQUERIA DE JOLASETA
 
La primera de las hermanas en llegar a Getxo fue Maria Olaizola Uranga (Usurbil), que lo hizo sobre 1915. Su primer lugar de trabajo fue una casa de Bilbao. Poco más tarde vendría a Algorta, a la “Casa Barco”, allí trabajó para los Duques de Medinacelli como cocinera. Poco a poco fue trayendo a sus cinco hermanas a Algorta, trabajaron en diversos lugares como cocineras y doncellas. Uno de aquellos trabajos lo realizarían en la antigua “Vaquería de Jolaseta”. 
 
Eran mujeres de gran iniciativa. En el año 1921 Maria, junto sus hermanas Bixenta y Mertxe abrirán un merendero al que darán por nombre “Jolastoki”. Estaba situado en Neguri, frente al actual “Parque Gernika”, donde años más tarde estuvo el conocido “Restaurante Jolastoki”, y más tarde el “Aitor”. En aquel momento la auténtica experta en las lides de cocina era la mayor de las hermanas “Maria la Gipuzkoana”, nombre con el que era conocida popularmente, que tuvo una fonda en Algorta. 

Bixenta Olaizola
 
Si embargo, fue una de las hermanas, “Bixenta Olaizola”, la que daría lugar a la saga de los “Arana”. Esta mujer trabajó, antes de la guerra en el antiguo Batzoki de Algorta, junto a su marido Celestino Arana Gasteluiturri. Eran los comienzos de Neguri, cuya idea se había fraguado en 1903 de la manos de Jose Isaac Amann, constituyendo junto a Enrique Aresti y Valentín Gorbeña en marzo de 1904 con el nacimiento de la Sociedad de Terrenos de Neguri. El comienzo de aquellas urbanizaciones señoriales, vio llegar a innumerables gremios de constructores, tapiceros y carpinteros, que comían en aquel merendero. Otros de sus asiduos visitantes eran lo que se denominaba como “los señoritos de Neguri”, que iban pasar sus ratos de ocio y a echar sus partidas de cartas entre aquellas paredes, “...!era un lugar muy divertido!...”. Dicen que otros de ellos eran, también “señoritos”, estos procedentes de importantes familias bien situadas de Bilbao, que venían a casarse con las “señoritas de Neguri”. 
 
Al frente de los fogones estaban Bixenta y Mertxe, trajeron a su hermana Carmen para que les ayudara. Contrataban a jóvenes de los alrededores para completar la plantilla. Su cocina era la clásica de la época, sembrada de esos exquisitos platos tradicionales (Txipirones, merluza en salsa, bacalao, tripakallos,...), pero enriquecida por los conocimientos adquiridos en casa de los Medinacelli (gallina trufada, sopa bullabesa y otras exquisiteces). Uno de los platos que más fama les aportó fue la caza (Perdices, sordas,...), de ellas se decía que eran muy buenas salseras. El marido de Bixenta, que trabajaba en la “Aurrera” de Barakaldo, solía ayudarlas en la barra en sus ratos libres. 

  
Este matrimonio tendría un hijo: Sabino Arana Olaizola(1935-1991), quien en 1953 emprenderá la primera reforma del merendero convirtiéndolo en el “Restaurante Jolastoki”. El sería quien durante los años 60-90 daría fama a ese establecimiento, haciendo del mismo un lugar de obligada parada gastronómica. Bixenta enferma, y será su hijo Sabino Arana Olaizola quien se hará cargo de la dirección del antiguo restaurante, desarrollando sus conocimientos como cocinero. Aunque su primera profesión fue la de delineante, trabajó con el arquitecto bilbaino Francisco Hurtado de Saracho. Fue la insistencia de su madre, quien le animaría a abrazar los fogones, quien le repetía constantemente: “...en la oficina con tu jefe vas a ser uno más, y aquí serás tu solo quien guíe tu vida...”, dicen que ya entonces era un hombre de un gusto exquisito en la cocina, !Que regalo nos hizo Bixenta al dirigirlo a los fogones!. 

Poco después en 1961 se casaría con Begoña Beaskoetxea del “Txakoli Artebakarra”; que había trabajado en Bilbao en los restaurantes “Txakoliña” y “La Gernikesa”. Aquel cambio supuso crecer, entrar en una nueva fase, que evolucionó el restaurante y en esos cambios también lo hizo su cocina. Las hermanas Olaizola, como ya he comentado eran muy “salseras”, hacían la caza estofada. Sabino fue cambiando la antigua manera de hacer, convirtiéndola en algo más exquisito, de menor elaboración, ya no eran las salsas el fuerte de aquella cocina. Su cocina seguía las épocas del año, dio paso a una innovación en sus platos con el asado de la caza, Becada, Perdiz, el Perdigón (la perdiz cría). Aquella evolución, fruto de sus continuas visitas a los restaurantes de los mejores chefs franceses (Gérard Boyer y Joel Robuchon,...), trajo las formas de hacer de aquellos artistas de la cocina gala a sus fogones, logrando llevar a “Jolastoki” a ser uno de los referentes de la cocina de Bizkaia. Siempre fue un restaurante familiar. Trabajaban Sabino en la cocina con su tía Mercedes, Begoña en el comedor e Itziar en la cafetería. 

 
 
Pero aquel viejo restaurante no solo fue lugar del buen yantar. En su parte superior tuvieron una pensión, que fue visitada por innumerables personajes. Uno de ellos, quizá uno de los más entrañables que pasó por allí en los años 50, resultaría ser un joven alemán, de nombre Stefan, hombre bohemio, pintor realista, utilizaba sus cuadros como moneda cuando estaba escaso de fondos para pagar sus estancias. Aquellas paredes vieron pasar a personajes célebres como el madrileño Muguiro o los santanderinos Errandonea, en opinión de Begoña: “...era una casa interesante, casi interclasista, lo mismo estaba el chófer que el señorito...”. 
 
En la próxima entrada veremos como fue la evolución de aquel restaurante así como su cambio al actual chalet en donde se encuentra ubicado.